20 abr 2018

La chica de los jueves

          
          Te voy a contar la historia de una chica. Esa que se sienta en la misma mesa cada jueves por la mañana, la que disfruta de un chocolate caliente, aunque empiece a hacer calor. La misma que pasa parte de su rato escribiendo en su cuaderno azul, esa que parece encontrar la inspiración en cada rincón de la cafetería. ¿Sabes de quién te hablo? Sí, seguro que la has visto. Esa de estatura media, pelo castaño y bastante largo, con pecas en la nariz y una expresión aniñada que te deja hipnotizado. La que tiene unos ojos de un marrón tan profundo que cada vez que te mira parece que va a terminar adivinando tus secretos más oscuros. ¿La conoces ya?

           Bueno, déjalo, conocerla tampoco es tan importante para lo que te voy a relatar. Solo te diré que esa chica parece triste. Tiene la misma cara de las personas que se encuentran atrapadas en una vida que no es del todo lo que esperan, de las que están tan aferradas a su zona de confort que no terminan de ser felices consigo mismas. A veces viene con un chico, que sospecho que es su pareja. Pero parece que, poco a poco, se ha convertido en esa persona por la que siente mucho más cariño que amor y con quien la pasión se ha ido apagando poco a poco. La evolución del amor, lo llamaría ella. Sin embargo, estoy seguro que, de solo pensar que lo puede perder, se muere un poco por dentro.

        Cada mañana de jueves llega puntual y diciendo “buenos días” con una gran sonrisa, la misma que nunca le llega a los ojos. Después la llaman por teléfono, siempre a la misma hora. Lo coge con una mirada esperanzada y con gran ilusión que va perdiendo a lo largo de la conversación dando paso a una expresión lúgubre y oscura. Cuando termina de tomar su taza de chocolate y da por concluida la conversación, recoge todo lo que tiene repartido por la mesa y desaparece, con la cabeza gacha, tras la puerta.

            Y yo esperaré hasta el próximo jueves. Lo haré con ansia de volver a recrearme en su perfil, de verme reflejado en sus ojos y de recibir su buenos días. Aunque volveré a quedarme con las ganas de que forme una sonrisa sincera que le ilumine la cara y, sobre todo, que vaya dirigida a mí.

(Imágenes: Google)


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